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No rememoro tiempos en que no fuera de noche, de manera que no he tenido jamás forma distinta para señalarte que no fuera este distraído y atento juego de una mano que no diviso. Giorgio Manganelli





miércoles

Son cinco horas después de la media noche. Los coches que cruzan la avenida lo hacen rompiendo la breve tranquilidad en la que cae la tierra, ahora ya no inhóspita, casi podría decirse, infértil. Son cinco horas después de la media noche y hay que esperar, por lo menos hasta que el día tiña, con su fulgor lechoso, los contornos de la realidad. Como suele decirse (y nadie soporta), lo que se espera jamás tendrá lugar. El día se aproxima y San Pedro volverá a llorar al escuchar que el gallo canta y presagia su traición y el mundo tendrá de nuevo a su dios en la cruz, y nada hará de ésta noche insoportable de hastío, de vigor y tendencia obsesiva y muerte, una noche excepcional, pues la noche no permite los contornos, no distingue límites, no favorece la proporción. Al no permitir la distinción entre lo consumido favorable y lo crispado que daña todo organismo, la noche finalmente es torrencial puro, cascada de maravilla y fascinación. La noche es deseo, uno no tropieza con su mirada en abismo sino que se cae dentro. La única forma de caer en la noche suele entenderse de manera sencilla pero no por ello menos turbadora. Quien espera, ante toda improbabilidad de que su espera le sitúe tras cualquier pista, de forma certera, infame, infantil, sin notarlo, cae en aquella fiera alevosía. Cae sin remedos, sin dudar un segundo si las persianas de la habitación necesitan o no ser bajadas; cae dentro de la noche pues no existen ya contratiempos, la melodía nocturna es un flujo que introduce de lleno al momento sin espacio que es la noche. La noche suele persuadir a los cuerpos en su caída, expuestos a una luminosidad cálida sabrá nadie de donde proveniente. La noche suele ayudar a los cuerpos de nervios tensados, les procura conocimiento acerca del por qué es mejor no tocar tales o cuales fibras, tales distancias etéreas. Los ojos se inflaman, las manos tiemblan y piden ser tomadas por unas manos expertas, capacitadas para el control de situaciones, conscientes del contacto piel con piel. Los métodos que nos ayudan a transitar la noche sin recurrir a la muerte son de una precariedad asombrosa. Salvaje en la práctica, toda acción cometida en favor de superar el contacto con los vientos de la caída nocturna, es pulsión feroz, animal. Toda la noche será descarga y espera en vano, nadie tomará en cuenta lo que pueda o no ocurrir mientras cualquiera de nosotros cae.

Francis Bacon

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