domingo
Reza por no estar asediado, porque las manos no tiemblen lo acostumbrado
Me gusta que al despertar, por las mañanas, mi cuarto tenga las ventanas ciento por ciento cubiertas. Son unas cortinas verdes las que me protegen de la vista de lo externo. Cuando despierto, una de las conciencias más insoportables en mi vida se hace presente, y el sentirme al resguardo, por lo menos de la visión del exterior proporcionado por aquellas cortinas verdes, me ayuda a templar mi noción de vida. Esa insoportable conciencia sólo tiene un nombre: vulnerabilidad. Cuando, tras mi despertar envuelto por el error de una noche sin precauciones en la que no hube de tomar las medidas exactas y en la que dejé que un olvidado reducto del exterior entrase, mi voluntad comienza a flaquear, me debilito. En cambio, si en su momento, antes de dormir, paso revisión a cada rincón de mi salón y a cada centímetro de los ventanales, y me cercioro de que todo es apropiado y de que puedo descansar sin pesar, me agradezco a mi mismo la oportunidad de refugio que me he sabido dar y que me protege de todo lo malo que habita en la realidad. En su realidad.
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