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Krandemousen se sonrojo a medida que le reconocía en el anden, soportando las punzadas de frío. Los suaves cachetes no temblaban por el clima sino conteniendo la insospechada sorpresa del encuentro. De saber que cualquiera de nosotros habría podido estar en su lugar, esas breves frases que ninguno dijo habrían pesado lo mismo que pesaron cada año, debajo de sus ojos. De lo que sí hablaron demostraba cuan profundo era el aprecio por tomarse de las manos, quitándose los guantes, como si no existiera ya ningún peligro, esforzándose porque ese mantenerlas entrelazadas fuera en todo momento sentido y calidez.
Dos horas después, casi para recoger la mesa de la cena, Krandemousen insinuó el mérito del viaje y en ninguno de los dos se formó la sombra de las vidas perdidas lejos, dónde esa luz titilante no podría sobrevivir. Fue más resolución y destino perdido pero rescatado. Posibilidad de construir una vida y su hogar, sí, no importaba, rodeados por aquellas rocas puntiagudas.

Mary O´Malley, Altar 1
Nadie contendría de tal manera sus palabras si no fuera por todos conocido el peligro de hablar de Loaño cuando demoraba tiempo para la muerte de sus tiranos. El peligro de apagar las velas después de las horas permitidas, de susurrar nombres y deseos al oído del amante. Frontera al olvido, los momentos que siguieron en la casa de piedras de Krandemousen correspondían al placer del consumo de las energías apabulladas. De soportar fascinados la incandescencia que producían sus cuerpos al contacto, años ha extraviados.
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