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No rememoro tiempos en que no fuera de noche, de manera que no he tenido jamás forma distinta para señalarte que no fuera este distraído y atento juego de una mano que no diviso. Giorgio Manganelli





martes

Tiempo de conseguir voz y prometerme así encuentros de día, de noche, a destiempo o no planeados.



En el silencio imposible de la maraña de hogares al que poco a poco me acostumbro, una hora antes del amanecer. Creo entender cómo funciona la vida en una ciudad dormitorio. Supongo que los sonidos que  brotan de su tranquilidad superficial son el pretexto oportuno para recordarme una vida en la que existo. Motores chirriando sea por tierra o por aire. El frío modula los tiempos con los que sus sonidos me asaltan,  acorazado, con apenas una mirilla a la que no recurro, no reconozco más que a ciegas, desde un difamado habitáculo, presto a una continua desconfianza. Nunca relaciono esos sonidos a un rostro o al calor de un cuerpo. No podría saber siquiera si tengo fe de la existencia de los objetos que producen tal o cual sonido. Son para mí brechas espaciales. Cada una disfruta del corte violento que produce a su paso. Esa violencia con la que juegan y abren espacio puede ser considerada su lenguaje. Son sonidos que habitan una noche en la que yo humano pierdo terreno, alojado, oculto, permitiéndome apenas un encuentro indirecto con ese lenguaje nocturno y callejero. Destinado a concentrar mi atención en los espacios de luz y afecto, huyo hasta mi cama en donde la comodidad resuena y diluye las posibilidades de aventura.



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